Hombres rata, un millón en el subsuelo de Pekín
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Conoce a la tribu de las ratas subterráneas de Pekín |
El panfleto pegado en un pilar callejero se refería al
"inmueble" en los términos habituales de cualquier inmobiliaria.
"Limpio, señal de teléfono disponible, cable de internet, Autobuses 977,
366 (para llegar), ducha y electricidad incluidos (en el alquiler)". Pero
uno de los datos revelaba la ubicación de la singular
habitación. Entre las "facilidades" se asegura algo
tan inusual como el "aire corriente". Para inquilinos como Zhao
Mengying esa información resulta tan reveladora como el precio o las dimensiones
del habitáculo. "Es verdad, al principio
cuando dormía no podía respirar", recuerda. Al cabo de
seis meses reconoce que ya se ha acostumbrado. Su cuarto se encuentra situado
en el edificio número cuatro de la comunidad. Pero no en la veintena de apartamentos
que se erigen en la superficie. Está
a 10 o 12 metros bajo tierra.
A escasa distancia se halla el Gran Hotel
Shanxi, un exquisito establecimiento de cinco estrellas sito en el mismo
distrito capitalino de Fengtai, al suroeste de la ciudad. El lujo que se
percibe en el Shanxi y las condiciones en las que vive Zhao podrían ser una
perfecta metáfora de las dos velocidades a las que se mueve China en la era actual.
Porque la joven dependienta pertenece a los
cientos de miles de inmigrantes atraídos por el desarrollo de Pekín que habitan
en el subsuelo de la capital. La prensa local los apoda "la
tribu de las ratas (shuzu, en chino)" humanas.
"No me importa cómo nos llamen. Tengo
muchos sueños. Me fui de mi aldea porque quería ver las grandes ciudades. Antes
fui peluquera", asegura la chavala, que procede de la provincia de Henan.
Para acceder a su habitación hay que bajar decenas de escalones y adentrarse en
el refugio
antiaéreo reconvertido en "hostal". Como asegura
Rufina Wu, autora de toda una tesis sobre estos aposentos subterráneos, la
misma "experiencia corporal de descender es dramática: tu piel se apercibe
del cambio de temperatura y humedad; el ruido de la bulliciosa ciudad es
sustituido por el constante zumbido de la iluminación de los tubos fluorescentes;
y el movimiento de aire se paraliza en seco" ….
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La otra Pekín: un millón de personas viven bajo tierra
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Debemos luchar por un mundo más equitativo |
En Pekín
existen alrededor de 6000 refugios antiaéreos, excavados debajo de las casas a
partir de 1949, año de la fundación de la República Popular, cuando China
estaba aislada y temía un ataque de los "imperialistas".
Ahora,
China es la segunda economía del mundo, tiene casi tres millones de millonarios
y casi 300 megamillonarios en la lista de Fortune. Pero los refugios siguen
ahí, y se convirtieron en un mundo subterráneo, donde viven y persiguen sus
sueños cientos de miles de jóvenes y trabajadores inmigrantes, con increíble
voluntad de ánimo.
Son
quienes llevan adelante el sector servicios de la ciudad capital de la fábrica
del mundo, pero que no ganan lo suficiente para pagar el alquiler de un
departamento digno. Su hogar es una habitación sin ventanas de 10 metros
cuadrados en los subterráneos de los grandes edificios. Algún sociólogo los
llamó "las hormigas", pero para la gente son "la tribu de las
ratas".
El
lugar, uno de los 6000 de la capital, queda a 20 minutos del centro. Se llama
Ding Fu Zhuang, "Aldea de la Felicidad Eterna". Se trata de un
edificio rectangular de 11 pisos, gris como tantos. En la parte posterior, un
cartel con la inscripción "refugio subterráneo", repetido también en
inglés. Basta correr la tapa colocada para proteger la entrada del viento
gélido, y se desciende por cuatro tramos de escalera, 34 escalones que conducen
a una serie de corredores, para llegar a ese mundo de abajo, hogar de "la
tribu de las ratas". …
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Alemania nazi: Cuando las madres tiraban al río a sus hijos ...suicidios en masa.
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Suicidios en masa ... No se resignaban a vivir en un mundo que no fuera nazi ... |
El documento
es estremecedor. 28 páginas repletas de nombres acompañados de la fecha y el
motivo de su muerte. Elegida una al azar, aparecen varias familias —los Gaut,
los Schubert (madre e hija), los Rienaz (también madre e hija)…—. Todos
fallecieron el 8 de mayo de 1945. Y todos por una misma causa: suicidio.
Estamos en el Museo Regional de Demmin, una pequeña
ciudad del noreste de Alemania que estos días revive sus días más dramáticos.
En los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial,
cuando la victoria final tantas veces anunciada por Adolf Hitler parecía cada
vez más irreal y el Ejército Rojo acechaba, entre 700 y 1.000 ciudadanos de
Demmin —que entonces tenía unos 15.0000 habitantes— prefirieron morir antes que
vivir en un mundo en el que los nazis no gobernaran. Fue el mayor suicidio
masivo en la historia de Alemania.
Bärbel Schreiner, entonces una niña de seis años, estuvo
a punto de caer víctima de esa locura colectiva. Pero su hermano consiguió que
su madre no hiciera con los dos niños lo que tantos padres hacían esos días.
“Mamá, nosotros no, ¿verdad?”, recuerda Schreiner que dijo su hermano, mientras
observaba el río Peene, repleto de cadáveres. “Todavía me acuerdo del agua
enrojecida por la sangre. Sin esas palabras, estoy convencida de que mi madre
nos habría ahogado a los dos”, asegura con la voz entrecortada esta mujer de 76
años. …
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Nazismo |
“Hijo, prométeme que
te pegarás un tiro”. Así de duros son los testimonios que recoge el historiador Florian Huber, y que
sirven para dar título a su último libro, donde trata la oscura realidad que el
pueblo de Demmin (en Alemania) trata de olvidar.
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Hansestadt Demmin |
Cuando los habitantes
de esta localidad germana se dieron cuenta de que el Ejército Rojo había ganado
posiciones en la Segunda Guerra Mundial y no podrían repeler su ataque,
cientos de personas decidieron terminar con su vida con revólveres, cuchillas
de afeitar, cinturones al cuello o cianuro. Cualquier cosa antes que sucumbir a
los rusos. Todo. Incluso matar a los propios hijos y familiares.
“Los cuerpos cubrían
toda la orilla del río Peene”, recoge Huber de Irene Bröke,
una mujer testigo de los hechos que en 1945 tenía 10 años. Bröke recuerda que
recogían los cuerpos de sus vecinos con carretillas –profesores, médicos, etc.–
y después les llevaban a fosas comunes: “No era posible enterrarles de otra
manera”. De su testimonio se deduce que la gran cantidad de víctimas hacía
imposible la identificación de todas ellas. Junto a las anotaciones de
enterramiento se encontraron signos de interrogación que impedían identificar
con claridad a los difuntos. “Había que hacer los enterramientos y no había
tiempo para confirmar de quién se trataba. Tampoco era posible contactar con
familiares o conocidos puesto que ellos también estaban desaparecidos”, comenta
el autor del libro. “Mamá, nosotros no, ¿verdad?”,
le preguntó Bärbel Schreiner, de seis años, a su madre ante la visión de un
caudal repleto de cadáveres. …
Publicado por Alejandro Mon